No sos mio, ni soy tuya
y no hay anhelo que ello cambie.
Somos hijos del viento que se cruza,
cada tanto en las esquinas de una plaza,
un encuentro que augura en el momento,
los albores de una cama transpirada.
Y al morir inmersos en la dicha,
del lecho compartido en la ocasión,
como toda tormenta cuando acaba,
los que antes eran viento y ahora brisa
siguen su camino sin dudar
que el futuro pronostica otro ciclón.
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