viernes, 20 de diciembre de 2013

Rechazo

  Era casi la hora de arreglarse para salir, pero seguía en la cama aún desnuda después de la ducha. Como pasaba una vez cada tanto, el tiempo sola la llevaba a una introspección necesaria y muy temida. Era un día como tantos otros, un día de verano, de calor agobiante. Iba cambiando de posición en su desnudez para que el poco viento que tiraba el ventilador le llegara a las piernas. Así, entre todas las variantes que encontró, se sumergió en el pensamiento que la forzaba al desequilibrio para luego acomodarla.
  Empezó con el sueño de la noche anterior, que le trajo de vuelta su último dolor, que volvía para generar una mezcla de paz y tristeza. Pasó por él, él que hace unos meses siempre esta ahí, por esas dudas, por los miedos, por la certeza del rechazo. Rechazo. Era esa la clave de la introspección. 
  El rechazo era el leitmotiv de la fecha, desde que abrió los ojos dejando atrás la resaca de un tequila de mala muerte, hasta el momento en que se metió en sus pensamientos. Desde el primer momento de soledad se sintió rara, con una presión que la tiraba para abajo, con ese acúmulo de llanto que no la dejaba respirar. Entendió que hacían ya 4 días de aquel rechazo que no había llegado a aceptar, recordó que no se había permitido el parate que requiere un duelo. 
  Siguio la linea de pensamiento y lo trajo a él, que no le dió jamás motivo para querer, pero tampoco para sufrir. Ella se enroscó como de costumbre en creer que es imposible, que el rechazo era inminente. Ya eran 3 rechazos, todos cantándole al unísono y presionándo su cabeza bajo el agua.
No podía escaparse de ellos, llevaba ya una hora desde que se le evidenció el tema recurrente y seguía sin poder descargar esa tristeza, ella sabía que sin lograrlo no podría salir jamás 
  Decidió enfrentarse a ellos, aceptar que el sueño fue un recuerdo, que el duelo tomaría su tiempo y que  aún no existía suficiente información para plantearse un plan de acción para con él. 
Sabía que era un placebo, que sin llorar no se irían, pero al menos la pequeña aceptación  le permitiría vestirse y correr a escaparse nuevamente.
  Le puso un fin al tema, sabiendo que no estaba cerrado, apagó la Tv y determinó que era necesaria la máscara nuevamente. Respiró profundo, soltó unas lágrimas y se la ató bien fuerte. Así, vestida ya y enmascarada, salió de su casa a esperar un taxi con la ilusión de alcanzar el nirvana etílico que le deje irse de su mente por un rato. 

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