jueves, 26 de diciembre de 2013

Sangre.

Trabajando después de hora para terminar con el archivo entero, decido dar un respiro a mi cerebro que desde anoche no para de quemarme la cabeza. Entro a la red social, veo la felicidad de las fiestas, la música, la gente. Pero una foto en particular me genera la necesidad de parar, de respirar profundo y prestar atención. Ahí estaba, rubia, simpática, con los rasgos de la familia, salvo los que heredé yo -vale aclarar que de todo el rebaño rubio dorado, yo soy hija de la morocha con celeste océano. Allí estaba sonriendo una criatura que comparte mi sangre y que nunca conocí por avaricia ajena. Allí estaba sentada mirándome y trayendo a mi mente esa charla "Pase lo que pase queremos que seas parte de la vida de este bebé" palabras vacías resultaron.
El tiempo pasó y yo lo dejé de lado como una anécdota más, olvidando que era realmente real. Y hoy, justo hoy que mi cabeza no puede manejar más información, aparece desde un sillón y abre la compuerta que hace que la catarata de pensamientos reprimidos caiga sobre mí.
Volvió a quemar esa sensación de soledad que estamos tratando de dejar de lado, apareció y me potenció las que recién están asomando, así fue que tuve que correr a vomitar en palabras lo que retuerce mi pecho. Soledad, leitmotiv nuevamente, soledad.
Posiblemente vuelva a bloquear lo que sucede, probablemente hasta la próxima vez, la existencia de esos rulos quedará como una anécdota. Posiblemente durante unos días yo siga trayendo a colación a una criatura que jamás sabrá que existió una morocha celeste océano que vivió fugaz y dejó dos ojos verde víbora que de la nada, mientras archivaba después de hora, fue tornando el verde en rojo, y la sequía en agua.

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