A veces,
solo a veces,
las cosas van tomando forma y color.
Es entonces cuando me doy cuenta que no hay nada que no pueda ser reemplazado, que el amor perfecto está compuesto de tantas cosas distintas, que puede ser equiparado con un cúmulo de gente, cada cual con su función. Descubro que eso que duele puede ser desplazado para rellenarse con empuje -esa fuerza de voluntad que fue fogoneada y ahora es un incendio- con motivación.
Siempre vuelvo a lo mismo, yo soy amor. Amor que suele exceder mis límites y se vuelca a mi alrededor, llega a quienes lo merecen y a quienes no tanto, pero es quien soy. Sin embargo, y acá está lo doloroso, me voy volviendo cada día más fría, desconfiada, calculadora.
Tras una serie de eventos -que podremos llamar o no desafortunados - voy entendiendo que tal vez la idealización de la vida es causante de tanto embrollo, ¿Por qué debería ser así y no de otra forma? ¿Por qué esperar que sea simple? ¿Por qué dar sin recibir?.
Comprendo pues que la distancia es mejor, que la mente fría -y el corazón- es responsable de un análisis más fructífero, más objetivo, más egoista. Y tal vez llegó el momento de cortar con las oportunidades, con los intentos, cerrarme, jugar un juego que quise dejar, pero en el que soy muy buena.
Finalmente, luego de tanto pensarlo, decido obligarme al hielo, al cálculo. Vendrán miles de oportunidades que me pondrán a prueba, intentaremos pasarlas intactas. Cierro entonces la llave de paso, dejaremos de desperdiciar ese amor que rebalsa de la fuente, esperaremos pues que se seque y tal vez, solo tal vez, en el futuro volveremos a empezar.
A veces,
solo a veces,
el silencio es la respuesta,
el color es negro,
y la temperatura es 0º.